Subido el: Domingo, 2 febrero 2014 (lo he borrado sin querer, lo resubo).
Tenemos el placer, una vez más, de contar
con otra colaboración de Héctor. Esta historia nació de
un hecho: Le conté que me habían reñido en clase por comer chocolate. Sí, milka
de ese con oreo. Riquísimo. Era un profesor con
el que podía hacerlo, mejor si no me veía, peroo tampoco iba a pasar nada si me
veía. Y me vió. Y además momentos antes había estado hablando del chocolate
Belga y de que antes habría sido un pecado. jajajjaa. Y mi compañera le dio la
información de que "encima es chocolate del bueno". En fin.
Poco después apareció en mi correo esta historia... No sé muy bien...cómo
tomármela. Si me podeis iluminar... Os lo agradeceré bastante. Adelante, lean:
-Adelante.
Carmen empuja con timidez la puerta del
despacho del Director. No es la primera vez que se le convoca para recibir una
amonestación, y algo le dice que va a haber algo más que palabras. Algo como un
cosquilleo que recorre algunas de las partes más sensibles de su cuerpo. Le
cuesta controlar el miedo, pero entra.
-Señorita Ruiz, ¿cuántas veces ha sido
ud. sorprendida comiendo chocolate en clase?
-Eeeeh, pues no las he contado –responde con una sonrisa coqueta, sensual incluso.
-Srta. Ruiz, no están las cosas para
frivolidades. Su expediente académico es de los peores que este centro ha
conocido y su comportamiento en clase deja mucho que desear. Comprenderá que o
se enmienda por completo, o pondremos su situación en conocimiento de sus
padres.
-No, por favor, eso no. Me portaré bien a
partir de ahora.
-Tampoco es la primera vez que lo
promete. ¿Cómo podemos fiarnos de ud. a estas alturas del curso?
-Por favor, Sr. Director, no volveré a
comer chocolate en clase, pero es que… Es taaaan rico –y al decir esto no pudo evitar pasarse la lengua por los labios, gesto que
dio a sus ojos un brillo especial.
-Srta., esto ya es demasiado. Va a necesitar ud. un severo correctivo. Pero aun así podemos llegar a un
acuerdo. Ud. no quiere que sus padres sepan de su comportamiento, y al centro
no le conviene divulgar que su peor alumna es precisamente la hija de alguien
de una posición tan importante en la ciudad. Aquí está el informe que yo me
disponía a enviar a sus padres. Sólo quiero una palabra suya, la aceptación del
castigo que yo tenga a bien infligirle, y este informe nunca habrá existido.
¿Acepta?
-Acepto –dijo con una voz reveladora de un alivio
tremendo. Seguro que al Director no se le podía ocurrir anda peor que a su
padre, pero aun así el cosquilleo era cada vez más intenso y, poco a poco, iba
transformándose en excitación.
-¿Cuántas veces ha comido ud. chocolate
en clase?
-Cuatro –dijo con tranquilidad.
-¿Cuántas pastillas ha comido cada vez?
-No sé, cuatro o cinco. ¿Por qué diablos le haría esas preguntas?
-¿Cuántos gestos de placer ha hecho al
comer chocolate?
-Eso sí que no sé, pero al menos cuatro o
cinco por pastilla.
-Veinte pastillas por cinco gestos hace
cien. Un número redondo. Bonito, ¿verdad?
-Sí, bonito. Ella no las tenía todas consigo, y empezaba a sospechar dónde quería llegar
él. Pero las sospechas no venían solas, les acompañaba algo de miedo e,
incluso, -ella temblaba- un poco de deseo.
-Échese sobre mis rodillas.
La orden no admitía réplica, así que
Carmen, con la cara enrojeciendo por momentos, se echó boca abajo sobre las
rodillas del Director, y no había terminado de apoyar las manos en el suelo
cuando le llegó el primer azote.
-¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyy!
El primero de los cien había sido
realmente fuerte, mucho más de lo que ella esperaba, y los siguientes no
desmerecieron. Quiso pedirle que acabara, pero ella misma se había comprometido
y ahora le tocaba aguantar. Quiso llevarse la mano a las nalgas para frenar los
golpes, pero la otra mano de él acudió enseguida para inmovilizarla. Ahora Carmen se sentía prisionera de esas dos fuertes manos, tan fuerte la
derecha al azotar como la izquierda al apretarle las muñecas. Pero muy pronto
le llegó el momento de sentir tanto la fuerza como la suavidad cuando tras el
décimo azote vino una caricia, una caricia lenta que fue recorriendo la tela de
la falda hasta pararse sobre la piel de los muslos, explorándolos con ansiedad.
La verdad es que aquella mano era fuerte y suave a la vez, y con suavidad fue
desandando el camino, otra vez hacia arriba. Carmen sintió tanto alivio como
vergüenza cuando esa misma mano le cogió la falda y la fue subiendo morosamente
hasta la cintura.
Jo, no veas qué corte. Cómo me había
pegado el muy bruto y sin embargo… Jo, encima ese día me había puesto las
bragas bonitas, las de encaje, ésas que son casi transparentes, así que no veas
cómo le estaba enseñando el culo. Me pareció oírle suspirar, pero claro, no
podía decirle nada, y menos mal que volvió a acariciarme. Mira, me ardía el
culo y cada una de sus caricias era como un bálsamo; fíjate que empecé a
sentirme mojada y se me escapó un jadeo, pero eso fue lo peor, porque entonces
me llevé el siguiente azote. No había terminado de jadear cuando volví a
gritar.
El azote que cortó el jadeo de Carmen
disimuló también el de él, extasiado en la contemplación de tan preciosa imagen de piel y seda. Su corazón latía apresuradamente, al
mismo ritmo que su mano alternaba los azotes con las caricias. Las piernas de
Carmen no eran precisamente cortas, y esas bragas de encaje ponían muy de
relieve lo que ocultaban, pero llegaba el momento de bajarlas. El momento de
descubrir las nalgas enfrentándose por fin a la piel desnuda. El momento álgido
y culminante.
(continuará)