-Para ti,
que tienes enchufe. Yo tengo las dos últimas horas después de esta libre. Me
tienes que decir a quién has sobornado.
La cafetería del instituto es un lugar tranquilo al acabar
el recreo, con los alumnos ya de nuevo en clase, y los profesores con hora
libre disfrutando ampliamente. Pero aquel martes fue algo distinto.
-Oye,
¿has visto a esa chica?
El profesor se acerca a la mesa. La alumna está sentada,
pero con la cabeza y el brazo derecho
sobre la mesa y la cabellera totalmente revuelta.
-Perdona,
¿estás bien? ¿Te pasa algo?
Ella levanta la cabeza con lentitud. Su mano se posa sobre
el antebrazo del profesor, primero con fuerza, como si fuera a ser rescatada de
un naufragio, pero enseguida suavemente.
-Me… me duele mucho la cabeza.
El profesor se vuelve hacia la camarera, que ha salido de la
barra.
-Ainhoa,
ponle a esta chica
una tila y una aspirina. Vamos, Rode, ya verás que esto no es nada, que
enseguida vas a estar mejor.
-Gracias, Javi.
-Eh, te
has confundido, soy Alejandro. Y no hace falta que me agarres del brazo.
Ella sonríe y aparta la mano, pero sin alejarla mucho. Algo
repuesta, con un gesto urgente no exento de coquetería se alisa el lado
izquierdo de la cabellera y empuja para atrás el derecho, dejando al descubierto
la cara y el hombro. Él la mira sorprendido y queda un momento como
hipnotizado, al ver que, junto al tirante negro de la camiseta, el tirante del
sujetador es de un hermoso color cereza, igual que las uñas de esos dedos que,
inconscientemente, -¿o no?- han vuelto a posarse sobre su antebrazo.
-Vamos,
Rode. Si ya estás mejor, vuelve a clase, y si no, ya aviso a algún profesor de
guardia para que te acompañe a casa. Hoy no tenías clase conmigo, pero mañana
espero verte tan aplicada como siempre.
Le da una palmada inocente en el hombro y obtiene por
respuesta una mirada, alegre a pesar del malestar.
-Muchas gracias, creo que me iré
a casa, que no me encuentro bien.
Apenas ha bebido la mitad de la infusión, y la acaba con
desgana antes de levantarse. Él le desea pronto
restablecimiento y ella se le
acerca antes de despedirse. Qué
perfumada ha venido
hoy, desde luego. Por su gesto se diría que quiere darle un beso, pero
él retrocede. Aun así, no puede evitar mirar ese esbelto cuerpo que se aleja
ligero y grácil como la brisa.
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-Mucho
cuento tiene ésta, Alejandro.
-No digas eso, Tomás, ¿no has visto
como estaba?
-No te
fíes, que yo le di clase en secundaria.
-Si la
conocías, podías haberme ayudado. Tú también… Te dejo, que en cinco minutos
tengo clase.
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Javi, guapo. Sí, ya sé que eres Alejandro pero eso ahora es lo
de menos. Qué ilusión había en tus ojos esta mañana, con qué fuerza me has
tocado para reanimarme, qué ternura me transmitías al sentarte frente a mí…Esto
es sólo el principio, ahora sé que te voy a conseguir, que tardaré mucho o poco
pero que te voy a conseguir. Que no sólo voy a mirarte y sonreírte como esta mañana, que mis dedos
sobre tu brazo eran sólo un aviso y que me vas a sentir como me siento ahora yo
misma…
El gemido corta de golpe todas sus palabras y por un momento
el centro del mundo se localiza entre sus dedos y su sexo, atrayendo y
liberando energías de todas partes, mientras todo su cuerpo se tiñe de arcoíris
antes de caer, tembloroso, sobre la cama.
Su cuerpo cae, pero su alma, en forma de gemidos, revolotea
por los alrededores. Descargas eléctricas la inflaman de arriba abajo y su piel
brilla de oro compitiendo con el rayo de sol que apenas se filtra por la
persiana. Por un momento siente el placer en cada uno de sus poros, sin ceder a
la tentación de acariciarse, pues el aire en unas partes y la ropa en otras
traen nuevas sensaciones, y ella siente que al suavidad de su piel se puede
percibir sin necesidad de los dedos, que todavía no se han movido de donde
estaban.
Cuando cesan los gemidos y las
descargas permanece tumbada un momento, gozando de esa suavidad, y empieza a
desnudarse pausadamente. El agua de la ducha la cubre y ella se siente nacer de
nuevo, volver a épocas de musgo y helecho, sentir que la copa de ese árbol
visto de repente no es sino su cabellera brillante entre lluvias…
Cruza desnuda y feliz el pasillo, sobresaltándose al ver la
luz en la cocina: su madre ha debido volver mientras se duchaba. Ya al saludará después, todavía es hora de
estar a solas consigo misma… y con él, que aún no lo sabe.
El papel y el bolígrafo esperan sobre la mesa y las palabras
salen automáticamente:
D ime dónde estás
E n esta noche de tormenta.
S í, de tormenta en mi cuerpo, de
N ubes negras y
U n solo rayo que me cruza
D e arriba abajo, y me da
A las que me llevan
P or mar y cielo.
A las de luna y azul,
R isa de estrellas con
A nsia de encontrarte, ansia que
T
ú ya sientes tan
I ntensa como yo.
Un nuevo gemido de satisfacción, los ojos entrecerrados, el
cabello jugueteando…
-¡Rode, a cenar!
-Ya
voy, mamá.
Una última mirada a los versos, se pone la bata y sale
sonriendo.
(Continuará)
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