sábado, 9 de noviembre de 2013

Así empezó (Colaboración de Héctor)

-Un día más, Alejandro.


-Para ti, que tienes enchufe. Yo tengo las dos últimas horas después de esta libre. Me tienes que decir a quién has sobornado.

La cafetería del instituto es un lugar tranquilo al acabar el recreo, con los alumnos ya de nuevo en clase, y los profesores con hora libre disfrutando ampliamente. Pero aquel martes fue algo distinto.

-Oye, ¿has visto a esa chica?

El profesor se acerca a la mesa. La alumna está sentada, pero con la cabeza  y el brazo derecho sobre la mesa y la cabellera totalmente revuelta.

-Perdona, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?

Ella levanta la cabeza con lentitud. Su mano se posa sobre el antebrazo del profesor, primero con fuerza, como si fuera a ser rescatada de un naufragio, pero enseguida suavemente.

-Me… me duele mucho la cabeza.

El profesor se vuelve hacia la camarera, que ha salido de la barra.

-Ainhoa, ponle a esta chica una tila y una aspirina. Vamos, Rode, ya verás que esto no es nada, que enseguida vas a estar mejor.

-Gracias, Javi.

-Eh, te has confundido, soy Alejandro. Y no hace falta que me agarres del brazo.

Ella sonríe y aparta la mano, pero sin alejarla mucho. Algo repuesta, con un gesto urgente no exento de coquetería se alisa el lado izquierdo de la cabellera y empuja para atrás el derecho, dejando al descubierto la cara y el hombro. Él la mira sorprendido y queda un momento como hipnotizado, al ver que, junto al tirante negro de la camiseta, el tirante del sujetador es de un hermoso color cereza, igual que las uñas de esos dedos que, inconscientemente, -¿o no?- han vuelto a posarse sobre su antebrazo.

-Vamos, Rode. Si ya estás mejor, vuelve a clase, y si no, ya aviso a algún profesor de guardia para que te acompañe a casa. Hoy no tenías clase conmigo, pero mañana espero verte tan aplicada como siempre.

Le da una palmada inocente en el hombro y obtiene por respuesta una mirada, alegre a pesar del malestar.

-Muchas gracias, creo que me iré a casa, que no me encuentro bien.

Apenas ha bebido la mitad de la infusión, y la acaba con desgana antes de levantarse. Él le desea pronto 
restablecimiento y ella se le acerca antes de despedirse. Qué perfumada ha venido hoy, desde luego. Por su gesto se diría que quiere darle un beso, pero él retrocede. Aun así, no puede evitar mirar ese esbelto cuerpo que se aleja ligero y grácil como la brisa.

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-Mucho cuento tiene ésta, Alejandro.
-No digas eso, Tomás, ¿no has visto como estaba?
-No te fíes, que yo le di clase en secundaria.
-Si la conocías, podías haberme ayudado. Tú también… Te dejo, que en cinco minutos tengo clase.

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Javi, guapo. Sí, ya sé que eres Alejandro pero eso ahora es lo de menos. Qué ilusión había en tus ojos esta mañana, con qué fuerza me has tocado para reanimarme, qué ternura me transmitías al sentarte frente a mí…Esto es sólo el principio, ahora sé que te voy a conseguir, que tardaré mucho o poco pero que te voy a conseguir. Que no sólo voy a mirarte  y sonreírte como esta mañana, que mis dedos sobre tu brazo eran sólo un aviso y que me vas a sentir como me siento ahora yo misma…

El gemido corta de golpe todas sus palabras y por un momento el centro del mundo se localiza entre sus dedos y su sexo, atrayendo y liberando energías de todas partes, mientras todo su cuerpo se tiñe de arcoíris antes de caer, tembloroso, sobre la cama.

Su cuerpo cae, pero su alma, en forma de gemidos, revolotea por los alrededores. Descargas eléctricas la inflaman de arriba abajo y su piel brilla de oro compitiendo con el rayo de sol que apenas se filtra por la persiana. Por un momento siente el placer en cada uno de sus poros, sin ceder a la tentación de acariciarse, pues el aire en unas partes y la ropa en otras traen nuevas sensaciones, y ella siente que al suavidad de su piel se puede percibir sin necesidad de los dedos, que todavía no se han movido de donde estaban.

Cuando cesan los gemidos y las descargas permanece tumbada un momento, gozando de esa suavidad, y empieza a desnudarse pausadamente. El agua de la ducha la cubre y ella se siente nacer de nuevo, volver a épocas de musgo y helecho, sentir que la copa de ese árbol visto de repente no es sino su cabellera brillante entre lluvias…

Cruza desnuda y feliz el pasillo, sobresaltándose al ver la luz en la cocina: su madre ha debido volver mientras se duchaba.  Ya al saludará después, todavía es hora de estar a solas consigo misma… y con él, que aún no lo sabe.


El papel y el bolígrafo esperan sobre la mesa y las palabras salen automáticamente:

D ime dónde estás
E n esta noche de tormenta.
S í, de tormenta en mi cuerpo, de
N ubes negras y
U n solo rayo que me cruza
D e arriba abajo,  y me da
A las que me llevan

P or mar y cielo.
A las de luna y azul,
R isa de estrellas con
A nsia de encontrarte, ansia que

T  ú ya sientes tan
I ntensa como yo.

Un nuevo gemido de satisfacción, los ojos entrecerrados, el cabello jugueteando…

Rode, a cenar!
-Ya voy, mamá.

Una última mirada a los versos, se pone la bata y sale sonriendo.

(Continuará)