Segunda parte de la colaboración de Héctor. Vereis, vereis... :
Carmen suspiró cuando se quedó
con el culo al aire. En efecto, el aire sobre la castigada piel de sus nalgas
fue como una caricia, unida a la que sentía mientras el director le bajaba las
bragas, haciendo que la seda se deslizase milímetro a milímetro sobre la piel.
Cuando la suave tela quedó detenida un poco por encima de las rodillas, él la
soltó y volvió a llevar la mano hacia arriba, recorriendo lentamente los muslos
y metiéndose de vez en cuando entre éstos antes de llegar a las nalgas.
Y entonces, cuando ella cerraba los ojos
imaginando mil sensaciones en esa parte de su cuerpo que él contemplaba a su
gusto, llegó el primer azote sobre la piel desnuda. Y con él el grito. Carmen
no tuvo tiempo de acabar un grito antes de empezar el siguiente pues la mano
volvió a caer sobre su trasero a una velocidad de vértigo. Una y otra vez, como
si antes de levantarse ya hubiese caído de nuevo, hasta que de repente el dolor
se interrumpió y se reanudaron las caricias.
La alternancia de azotes y caricias continuó,
y en algún momento Carmen llegó a sentir un dedo en su interior que le hizo,
momentáneamente, olvidar el dolor de los golpes y realmerse los labios de
gusto. A continuación, el director le mandó ponerse de pie. ¿Había terminado ya
el castigo? Le había sabido a poco.
-Jovencita, desfáldese y desbráguese.
Carmen obedeció, dejando ambas prendas sobre
la mesa y mirando desafiante al director.
-Ahora abra ese cajón y elija el instrumento con el que
continuará el castigo.
¡El castigo seguía! Carmen no
sabía si sentirse complacida o irritada cuando abrió el cajón y eligió una
vara. El cepillo le imponía demasiado. Se dirigió hacia él, tendiéndole la vara
con una sonrisa en los labios y sintiendo su vello púbico erizado.
-Póngase en ángulo recto sobre la silla.
Jo,
no veas qué corte, tener que estar ante él sin bragas, con el culo como un
tomate y la entrepierna hecha un pantano. Encima, no podía dejar de jadear, jo,
estaba toda roja, y ahora, encima me tenía que poner de culo en pompa. En fin,
con tal de evitar que avisaran a mi padre…
Los varazos se sucedían
rítmicamente, primero Carmen sentía la vara suavemente en su piel, explorando
la zona que había de ser golpeada, y un momento después el estallido. Ahora
estaba demasiado cansada para gritar y eran apenas gemidos entrecortados lo que
salía de su boca. Tal y como él le dijera, había llevado la cuenta de la
primera sesión de azotes: diez sobre la ropa exterior, diez sobre la interior y
treinta sobre la piel desnuda, y en la segunda ya habían sido cuarenta cuando
él dejó la vara sobre la mesa y volvió a usar la mano para los diez últimos.
El ardor que sentía Carmen por
todo su cuerpo en general y ya sabemos dónde en particular subió varios grados
cuando él le rodeó la cintura con el brazo izquierdo y volvió a palparle las
doloridas nalgas con la mano derecha. El primero de los últimos azotes pareció
tardar una eternidad, pero cuando llegó se hizo notar con fuerza, y la caricia
subsiguiente fue larga. Carmen volvía a sentirse húmeda y caliente, una humedad
y un calor que envolvían las partes desnudas de su cuerpo como ninguna prenda
de vestir las hubiera envuelto. La piel del culo le ardía y ese fuego se
aplacaba milagrosamente cada vez que la misma mano se desplegaba, cubriendo y
acariciando toda esa redondez.
La verdad es que he castigado a muchas alumnas díscolas
en estos últimos años, pero Carmen Ruiz fue algo especial. Tenía unas piernas
tan esbeltas y unas nalgas tan redondas que pocas veces me he sentido tan
desafiado por una mujer. Nunca la olvidaré echada en ángulo recto sobre la
silla, con ese jersey color cereza y esos calcetines blancos hasta casi las
rodillas, una imagen realmente deliciosa. Creo que los últimos diez azotes
duraron más que los noventa anteriores porque no quería dejar de tener ante mí
una imagen de tal belleza.
Carmen ya no jadeaba ni
suspiraba, y la mano del director estaba ya tan roja como las nalgas de ella.
-Levántese.
Jo,
yo estaba ya hecha polvo, estaba rota, tan rota, que no me importaba estar ante
él con el culo al aire. Y cómo me miraba el cabroncete. Ya se veía lo a gusto
que estaba. Pero por muy rota que me sintiera, no podía evitar dejar de mirarle
con aire de desafío, creo que no sólo mis ojos, toda la parte de mi piel que
estaba desnuda le desafiaba.
-Ahora abra ese armario.
¿Qué
se le habría ocurrido ahora? No sé qué era más fuerte en mí, si mi resistencia
o mi curiosidad. La primera, quebrada, la segunda insatisfecha. Pero con paso
firme –todo lo firme que podía- me dirigí al armario y no veas qué sorpresa me
llevé al abrirlo.
(Continuará)
y la tercera parte?
ResponderEliminarPues lo voy a subir mañana o pasado ;)
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