domingo, 11 de septiembre de 2016

Valió la pena el chocolate I

Subido el: Domingo, 2 febrero 2014 (lo he borrado sin querer, lo resubo).

Tenemos el placer, una vez más, de contar con otra colaboración de Héctor. Esta historia nació de un hecho: Le conté que me habían reñido en clase por comer chocolate. Sí, milka de ese con oreo. Riquísimo. Era un profesor con el que podía hacerlo, mejor si no me veía, peroo tampoco iba a pasar nada si me veía. Y me vió. Y además momentos antes había estado hablando del chocolate Belga y de que antes habría sido un pecado. jajajjaa. Y mi compañera le dio la información de que "encima es chocolate del bueno".  En fin. Poco después apareció en mi correo esta historia... No sé muy bien...cómo tomármela. Si me podeis iluminar... Os lo agradeceré bastante. Adelante, lean:


-Adelante.
Carmen empuja con timidez la puerta del despacho del Director. No es la primera vez que se le convoca para recibir una amonestación, y algo le dice que va a haber algo más que palabras. Algo como un cosquilleo que recorre algunas de las partes más sensibles de su cuerpo. Le cuesta controlar el miedo, pero entra.

-Señorita Ruiz, ¿cuántas veces ha sido ud. sorprendida comiendo chocolate en clase?
-Eeeeh, pues no las he contado –responde con una sonrisa coqueta, sensual incluso.
-Srta. Ruiz, no están las cosas para frivolidades. Su expediente académico es de los peores que este centro ha conocido y su comportamiento en clase deja mucho que desear. Comprenderá que o se enmienda por completo, o pondremos su situación en conocimiento de sus padres.
-No, por favor, eso no. Me portaré bien a partir de ahora.
-Tampoco es la primera vez que lo promete. ¿Cómo podemos fiarnos de ud. a estas alturas del curso?
-Por favor, Sr. Director, no volveré a comer chocolate en clase, pero es que… Es taaaan rico –y al decir esto no pudo evitar pasarse la lengua por los labios, gesto que dio a sus ojos un brillo especial.

-Srta., esto ya es demasiado. Va a necesitar ud. un severo correctivo. Pero aun así podemos llegar a un acuerdo. Ud. no quiere que sus padres sepan de su comportamiento, y al centro no le conviene divulgar que su peor alumna es precisamente la hija de alguien de una posición tan importante en la ciudad. Aquí está el informe que yo me disponía a enviar a sus padres. Sólo quiero una palabra suya, la aceptación del castigo que yo tenga a bien infligirle, y este informe nunca habrá existido. ¿Acepta?

-Acepto –dijo con una voz reveladora de un alivio tremendo. Seguro que al Director no se le podía ocurrir anda peor que a su padre, pero aun así el cosquilleo era cada vez más intenso y, poco a poco, iba transformándose en excitación.

-¿Cuántas veces ha comido ud. chocolate en clase?
-Cuatro –dijo con tranquilidad.

-¿Cuántas pastillas ha comido cada vez?
-No sé, cuatro  o cinco. ¿Por qué diablos le haría esas preguntas?

-¿Cuántos gestos de placer ha hecho al comer chocolate?
-Eso sí que no sé, pero al menos cuatro o cinco por pastilla.

-Veinte pastillas por cinco gestos hace cien. Un número redondo. Bonito, ¿verdad?
-Sí, bonito. Ella no las tenía todas consigo, y empezaba a sospechar dónde quería llegar él. Pero las sospechas no venían solas, les acompañaba algo de miedo e, incluso, -ella temblaba- un poco de deseo.

-Échese sobre mis rodillas.

La orden no admitía réplica, así que Carmen, con la cara enrojeciendo por momentos, se echó boca abajo sobre las rodillas del Director, y no había terminado de apoyar las manos en el suelo cuando le llegó el primer azote.

-¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyy!

El primero de los cien había sido realmente fuerte, mucho más de lo que ella esperaba, y los siguientes no desmerecieron. Quiso pedirle que acabara, pero ella misma se había comprometido y ahora le tocaba aguantar. Quiso llevarse la mano a las nalgas para frenar los golpes, pero la otra mano de él acudió enseguida para inmovilizarla.  Ahora Carmen se sentía prisionera de esas dos fuertes manos, tan fuerte la derecha al azotar como la izquierda al apretarle las muñecas. Pero muy pronto le llegó el momento de sentir tanto la fuerza como la suavidad cuando tras el décimo azote vino una caricia, una caricia lenta que fue recorriendo la tela de la falda hasta pararse sobre la piel de los muslos, explorándolos con ansiedad. La verdad es que aquella mano era fuerte y suave a la vez, y con suavidad fue desandando el camino, otra vez hacia arriba. Carmen sintió tanto alivio como vergüenza cuando esa misma mano le cogió la falda y la fue subiendo morosamente hasta la cintura.

Jo, no veas qué corte. Cómo me había pegado el muy bruto y sin embargo… Jo, encima ese día me había puesto las bragas bonitas, las de encaje, ésas que son casi transparentes, así que no veas cómo le estaba enseñando el culo. Me pareció oírle suspirar, pero claro, no podía decirle nada, y menos mal que volvió a acariciarme. Mira, me ardía el culo y cada una de sus caricias era como un bálsamo; fíjate que empecé a sentirme mojada y se me escapó un jadeo, pero eso fue lo peor, porque entonces me llevé el siguiente azote. No había terminado de jadear cuando volví a gritar.

El azote que cortó el jadeo de Carmen disimuló también el de él, extasiado en la contemplación de  tan preciosa imagen de piel y seda. Su corazón latía apresuradamente, al mismo ritmo que su mano alternaba los azotes con las caricias. Las piernas de Carmen no eran precisamente cortas, y esas bragas de encaje ponían muy de relieve lo que ocultaban, pero llegaba el momento de bajarlas. El momento de descubrir las nalgas enfrentándose por fin a la piel desnuda. El momento álgido y culminante.


(continuará)

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Las partes dos y tres están aquí:

      http://sybiangirl.blogspot.com.es/2014/03/valio-la-pena-el-chocolate-ii.html

      http://sybiangirl.blogspot.com.es/2014/04/valio-la-pena-el-chocolate-iii.html

      Están más atrás. jejeje. Aquí te las dejo, para que veas lo buena que soy.

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