sábado, 28 de septiembre de 2013

NEREA LAZKANO (Parte II)

(Seguimos con la colaboración  de Héctor)

No sé cómo ni cuándo, pero de repente Nerea estaba boca abajo sobre mis rodillas y yo, con la cara roja como un tomate, le había propinado ya tres o cuatro azotes. Ella no ayudaba a mejorar la situación.

 -Ah, ésta es la postura que querías que cogiera. Haberlo dicho desde el primer momento.

 Entre azote y azote se reía, lo que me ponía a cien. El sudor me recorría el cuerpo y mis jadeos debían oírse de lejos, cuando me dijo:

 -Sos un caballero, ché. Entonces no serás tan maleducado como para levantarle la falda a una dama.

 ¿Qué iba a hacer oyendo eso? Ahora, una ancha braga azul marino era todo cuanto se interponía entre mi mano y sus nalgas, así que se la bajé hasta casi las rodillas -tras algún azote más tímido- y suspiré. Había pretendido avergonzarla al dejarla con el culo al aire y era yo quien me sentía más avergonzado si cabe que antes.
Pero no podía apartar la vista de esas dos magníficas, casi perfectas redondeces y encima ya no era posible volver atrás, no había más remedio que seguir azotando. Ahora ella colaboraba, se ve que me había medido y, satisfecha de comprobar mis límites, se limitaba a seguir el juego.

A medida que su trasero enrojecía, yo iba notando cada vez menos la tensión de los primeros momentos, y sí otra tensión igual de fuerte, pero más agradable. Si en ese momento alguien me hubiera preguntado cómo había empezado todo entre aquella mujer y yo, no habría sabido qué responderle, sentía que no había hecho otra cosa en la vida que dar azotes, y ella, con jadeos y sonrisas, me daba a entender que no debía hacerlo nada mal.

En algún momento mi mano no se levantó, se quedó ahí quieta, y aproveché para acariciar esa piel de melocotón. Así me habría quedado, pero...

 -¿Qué hacés ahora? ¿Estás flojo? Dale, seguí pegando, o pensaré que habés olvidado porqué empezó todo.

De hecho lo había olvidado, y la primera caricia no fue la última. Aquellos muslos marfileños y aquella abertura de coral apenas entrevista entre ellos estaban pidiendo caricias a gritos y mi mano trabajaba a un ritmo frenético hasta que se negó a seguirme obedeciendo.

-Levántate y ponte cara a la pared.

Ella obedeció con una sonrisa que interpreté: "Para ser un principiante no lo has hecho mal del todo" o algo así, mientras en mi interior el deber batallaba con la excitación. Vale, estás gozando como nunca, decía mi conciencia, pero, ¿va a servir esto para que ella confiese?

Fui al lavabo a refrescarme la mano, cogí mi copa, que había quedado olvidada desde el primer momento, y no necesité mirar a ningún sitio, pues mis ojos fueron ellos solos hacia Nerea. Esa hermosa cabellera castaña, la elegante chaqueta ceñida y justo debajo de ésta... Y cómo le oía sonreír y jadear.
De repente se vino hacia el sofá con una sonrisa voraz. Quise impedírselo pero el cansancio y la excitación me impedían reaccionar.
 -No te movás. Dejáte hacer.

 Le obedecí, y para cuando me quise dar cuenta no me quedaba más ropa que la camisa, el chaleco y los calcetines, y de dos certeros lengüetazos mi pene había alcanzado un tamaño como no recordaba desde la noche de bodas. ¡Qué lengua tenía la condenada!
 -Ahora me metés la puntita por el culo. Y te corrés en mi boca.




Sí, a mí también me la fue pasando por estos mismos cortes. El hijo de perra me dejó con ganas de más. Joder, ¡¡¡Joder!!!

(Con cariño, Héctor).  


4 comentarios:

  1. Así me gusta, los insultos, como los azotes, con mucho cariño.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajajajja ¡¡Desde el puto cariño te lo digo!! jajajajja.

      Eliminar
  2. La verdad Rode que es travieso este Hector, cortándolo aquí. Menos mal que yo no tengo que esperar porque están las 4 partes publicadas!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Marita. Gracias por llamarme travieso, se hace lo que se puede, y a veces hay que pensar mucho para saber dónde cortar una historia. Pero desde luego, tenía claro que los cortes no debían ser en momentos de episodio cerrado.

      Eliminar