lunes, 30 de septiembre de 2013

NEREA LAZKANO (III)

(Seguimos, seguimos...¡¡¡Aquí hay máaas!!! Colaboración de Héctor, parte 3)

Ni corta ni perezosa se puso en ángulo recto sobre la mesa, preguntándome antes, con su más meloso acento argentino:
-¿Me saco la braguita?
-To...todavía no. -acerté a responderle. Aquella tela azul entre sus muslos era una deliciosa cadena que realzaba esas gloriosas y desafiantes nalgas. Nunca había visto un culo femenino de tal manera. Ni siquiera el de Isabel, pues siempre lo habíamos hecho cara a cara, y desnudándose cada uno en su lado.
 
 Lo más suavemente que pude y con manos temblorosas separé sus glúteos y miré ansioso el estrecho orificio que ella acababa de ofrecerme, penetrándolo de golpe. Su interior era delicado pero en el mismo momento me sobresaltó el movimiento que ella acababa de imprimir a su trasero, que empezó a girar vertiginosamente a derecha e izquierda.

 Hacía girar ella su culo y todo el mundo giraba a su alrededor, produciéndome el más delicioso mareo que sintiera en mi vida. Mi cuerpo era incapaz de escapar de aquel balanceo y mi mente estaba vacía, pues las ideas se me habían convertido en un torbellino que hacía imposible distinguir una de otra. Sólo en algún momento me sorprendí preguntándome qué habría dicho el bruto de Patxi Urrutikoetxea, tan nacionalista él, al ver a una mujer vasca azotada y porculizada por un español. A lo mejor, no siendo vasca pura sino vascoargentina, la ofensa le parecía menor, quién sabe.

 Pero hasta esa idea se convirtió en un frenético jadeo cuando saqué el miembro de tan acogedor túnel y solté una nube de leche sobre su culo antes de que ella pudiera volverse, arrodillarse y cogerlo entre sus labios, obligándole a lanzar un disparo similar, que supuso el fin de mi resistencia. Caí de golpe sobre el sofá mientras ella, aún arrodillada, alternaba la mirada de serpiente saciada con la de niña buena que nunca ha roto un plato en su vida.
 -Vení un momento.
 Me levante sudoroso y jadeando mientras ella entraba al baño, se ponía de espaldas al espejo y miraba hacia atrás. La doble visión de su culo triunfante, enmarcado por la chaqueta y los zapatos, me devolvió los ánimos.
-Me lo habés puesto lindo. Esto también te va a gustar.
 Y volviendo a salir, me tendió un frasco de crema que acababa de sacar de su bolso y se colocó de rodillas sobre el sofá. Cuando me acerqué a untarle la crema recordé de repente dónde estábamos, pues por el cristal se veía todo el bar, con una clientela realmente numerosa. Ella me adivinó el pensamiento.
-No tengás miedo, que esto está insonorizado y no nos pueden ver. Y si nos vieran, sería sólo de medio cuerpo.

 Sonrió y me besó al decir esto, y soltó algún gemido mientras yo extendía la crema por toda la zona enrojecida. Permaneció un rato haciéndome gozar de tan soberbia imagen, y luego cogió las copas y brindamos.
-Por más nalgadas y más cogidas.
 (En un primer momento, no entendí  a qué se refería con "coger".)

 Después fue a recoger su ropa. En lugar de ponerse la braga me la tendió diciendo:
-Tomá, os habés ganado este trofeo para recordarme siempre.

 Y al ver que yo estaba demasiado hecho polvo para cogerla, me la metió en el bolsillo de la camisa, haciendo sobresalir un poco de tela como si fuera un pañuelo. Luego se puso la falda y me miró con expresión divertida.

-¿Qué hacés que no te vestís? ¿Pensás seguir así todo el día?
Sólo entonces caí en la cuenta de que seguía desnudo de cintura para abajo, así que recogí precipitadamente mi ropa y calzado. La vergüenza me había vuelto de repente. Al salir del bar sentí que cada parroquiano y cada camarero clavaba en mí sus ojos y su risa, mientras Nerea caminaba como si todo lo que acababa de ocurrir fuera lo más natural del mundo.
Comimos tranquilamente. Es un decir. La primera vez en mucho tiempo que pasaba un mediodía sin Isabel tenía que ser un alivio pero estar con una mujer más fascinante, más turbadora y todos los máses que se me ocurrieran no aliviaba. (Lo de "más turbadora" entiéndase como se quiera.)
A la tarde me fue imposible centrarme en el trabajo. Ese día comprendí el dicho de "Donde tengas la olla no metas..." Por la ventana de mi despacho vi más de una vez a Nerea ir de un lado a otro a la misma velocidad con que, unas horas antes, la viera agitarse, mientras yo me sentía lento como un caracol. Y aquel leve triángulo de seda que abultaba en mi bolsillo agravaba más aún la cosa. La turbación que sentía al pensar que Nerea caminaba desbragada no es para contarse. Menos mal que su falda no era demasiado amplia, no parecía fácil que un golpe de viento la levantara. ¿Tendría una braga de repuesto en el bolso? ¿De qué tipo sería? Dios mío, yo, Luis López, el tímido de la familia, del colegio, de la cuadrilla, etc. imaginando la ropa interior de una mujer.

 Pero aún imaginaba algo peor, y no quería confesármelo. Lo que Nerea había hecho conmigo, ¿qué o quién le impedía hacerlo con otro? ¿Cuántos de mis compañeros no estarían encantados? ¿Qué pasaba cada vez que la perdía de vista? Puede ser duro admitirlo, pero Isabel nunca me había inspirado esos celos, y eso que en su trabajo tampoco debían faltarle oportunidades.

 El día se acabó y llegó el siguiente. Mi nerviosismo al acompañar a Nerea era algo menor, y lo primero que me dijo al quedarnos solos en el reservado fue:
-Tenés que ir conociendo algunas reglas. Si digo "mar", andás flojo y quiero que me pegués fuerte; si digo "sal", es lo contrario y si digo "arena" el juego se acaba. Ayer no te lo dije pues contaba con que no duraras mucho tiempo.
 Entonces me acordé de la crema. No la llevaba en el bolso por casualidad, no. Y no hizo falta que dijera ninguna de las tres palabras. Sus hermosas nalgas volvieron a quedar de un rojo no menos hermoso y su gruta estaba hecha un pantano cuando mi mano, tras una intensa caricia precedida de un no menos intenso azote, se deslizó entre sus muslos haciéndole soltar uno de los mayores  gemidos del día. Al arrodillarse se abrió la blusa y puso mi falo entre sus pechos, frotándolo con frenesí y parando cuando el estallido parecía inminente. Le propuse una penetración vaginal, pero ella me paró los pies retomando el acento vasco que yo ya creía olvidado:
 
-Mi marido es un vainilla.
Añadió luego, risueña:
-Si querés, podés lamerme la concha, pero nada más.
 Así, durante varios días, mi cometido de investigar a Nerea Lazkano me dispensó los dos mayores placeres que un hombre puede recibir del culo de una mujer. El nerviosismo de las tardes se iba atenuando, e Isabel tampoco me prestaba mucha atención cuando llegaba a casa a la hora de la cena. No era la primera semana que faltaba a comer ni sería la última y eso me libraba de darle explicaciones. Si sospechaba de mí se lo callaba y a fin de cuentas, ¿cómo me iba a considerar sospechoso de cosas de las que no me creía capaz? 
 
Claro que si unos días antes alguien me hubiera dicho que yo iba a superar mi timidez en breve, no le habría creído.

 Pero los días de la auditoría se acababan, Nerea había de volver a otras ocupaciones, no volveríamos a verla en mucho tiempo y yo, por primera vez en mi ya larga vida laboral, había incumplido una misión. ¿Qué le diría al jefe? Había incumplido aquella máxima de "No hagas nada que te avergüences de contar" y vaya de qué manera la había incumplido.


(uufff...¿Qué pasará ahora? =S  ¡¡Pero si será zorra la tía!! Ojj...¬.¬)

2 comentarios:

  1. Guau, está genial... Pensaba que estarían en un hotel y que se haría referencia a este en alguna otra parte del relato, pero en el BAR?? Y que punto acordarse de Patxi, en esos momentos, bueniiiiiisimo

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    1. Hola, Marita; si recuerdas el primer episodio, verás que Nerea le lleva a Luis a un bar, y éste se sorprende al ver que en lugar de quedarse en la barra, suben a un reservado.
      Sí, estuve un rato pensando qué podía pasar por la mente de Luis en el momento de porculizar a Nerea, y pensé que un detalle así sería gracioso. Pero es que luego di vueltas a este momento, me acordé de aquel dibujo que pusiste en mayo, y estoy empezando otro relato en el que Nerea se encuentra con Patxi y le enseña que en este mundo hay cosas mucho más agradables que ser nacionalista.

      Saludos.

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